21.9.06

Historias de un verano ya lejano (la visita inesperada)




Este verano hay una noche que no olvidaré fácilmente.

Eran las cuatro de la mañana cuando una serie de sonidos sospechosos interrumpen mi placentero sueño. Sobresaltado e intrigado salto de la cama en busca de la fuente del sonido.

De improviso ha cesado. Enciendo la luz del baño. Voy hasta el comedor. Y al volver a la habitación, de nuevo escucho el sonido.

Los pelos de la nuca se me erizan. Los músculos se tensan. El oído se agudiza. Un sudor frío resbala por mi frente.

Sobre mi cabeza se percibe el inquietante sonido de unas pisadas.

Levanto la mirada. No cabe duda. Algo se mueve dentro de la escayola del falso techo del pasillo.

Mi cabeza empieza a dar vueltas. ¿por dónde ha entrado? ¿por dónde saldrá? ¿qué posibilidad hay de que acceda a la vivienda?

Está cerca, muy cerca. Percibo el roce de las uñas contra la escayola. Se para, vuelve a moverse. Nada puedo hacer. Nada se me ocurre, salvo seguir escuchando. Vuelvo a la cama. Cesa el sonido.

Durante cuarenta minutos no se oye nada. Pero yo estoy ojiplático. Sólo veo oscuridad, pero tengo los ojos más abiertos que cuando miro porno por internet.

Sigue el silencio. El niño duerme tranquilo es su cama. Mi mujer respira suave y dulcemente.

¿Habrá salido por donde ha venido? ¿Es posible que no vuelva?

Falsas esperanzas. De nuevo el vello se erecta. El sonido ha vuelto. Y esta vez no sólo lo escucho yo. Mi esposa está a mi lado, en la oscuridad, y su respiración ha cambiado. Se mueve. Está escuchando lo mismo que yo.

Suave, le pregunto, ¿estás despierta?.

¿Qué es ese ruido?, me contesta.

Digo: Tengo buenas, malas y regulares noticias. Las buenas son que ya tenemos una mascota. Las malas, que no son el animal que nos gustaría. Y las regulares, que, de momento, no tiene acceso a la casa.

No está ni dentro ni fuera, pero está.

Ya somos dos para compartir la angustia.

De pronto el ruido se intensifica. Enciendo la luz. Salgo al pasillo. El sonido ya no procede de allí. Nuestro enemigo ha caído por el hueco del respiradero del aire acondicionado de la habitación.

Una rejilla metálica lo separa de nosotros.

Ya no somos capaces de apagar la luz. Lo oímos golpear la rejilla. Lo escuchamos intentar subir, lo percibimos rozar los conductos del aire junto a nosotros.

Transcurre una hora. Con la luz encendida. Deseando con asco y aprensión que semejante visitante vuelva por donde ha venido. Maquinando que hacer mañana para sacar el bicho del agujero. Pensando en introducir veneno por las rendijas y esperar que cese el sonido. Imaginando abrir la puerta del balcón y la rendija para dejar que salga corriendo por sus propios medios...

Pero seguimos tumbados, mirando la rendija, escuchando el sonido que nos tiene paralizados, asqueados.

De pronto, algo negro se distingue entre dos rendijas de la rejilla del aire. Repugnancia, intriga, sorpresa, ¿qué coño es eso?, ¿un rabo?, ¿una cola?, ¿una pata?, ¿un cuerpo que busca escapar? ¡Mierda!

Acerco la luz de la lámpara con prevención, cauto y temeroso. ¿Pero qué veo? Esto no es pelo, más parece plumón. ¿Un ave?, ¿un pájaro encerrado en nuestra habitación? Bufffffff, esto no es lo que parecía.

Mi esposa vuelve a respirar. Mi corazón cesa en su carrera. Este animal no es lo que creía. El sosiego inunda la habitación.

Ya está amaneciendo. La noche ha pasado. Y la solución al desvelo es sencilla. Apagamos la luz. Abrimos la persiana y la puerta del balcón. Cerramos la puerta de la habitación. Quitamos la rejilla del conducto del aire.

Allí está. Acurrucada en un rincón, un pequeño pájaro blanco y negro. Más asustada de lo que hemos estado nosotros toda la noche. Nos mira con terror; se aprieta contra el fondo del conducto.

Y nos apartamos del agujero. Esperamos junto a la pared, lejos de su visión. Y al cabo de varios minutos, asoma un prudente pico, una acobardada cabeza. Y mira el cielo abierto a unos metros. Y sale volando. Una elegante golondrina por el aire de nuestra habitación. Apenas unas décimas de segundo para despedirnos de ella tras una noche agitada.

Adiós, espero que no vuelvas. Y se fue; ni siquiera dejó una pluma de recuerdo de una noche de desenfreno inolvidable.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

y la mañana siguiente a currar. Que putada

Anónimo dijo...

Pues nosotros tambien tenemos vecinos en la escayola, que corren y mueven algo así como cascotes. A veces pasan meses sin notarlos (no se si están) y de repente, una noche cualquiera, se oyen carreras, ruidos, e incluso una vez oímos pequeños chillidos. Hay noches que creo que de tanto follón, van a romper la escayola y una manada de ratas caerá sobre la cama. La que duerme a mi lado, a menudo se imagina cómo será de repugnante ver asomar por la rendija del altavoz del hilo musical, el fino rabo de una asquerosa rata.

T. dijo...

Bueno, Vicemi, lo de dormir mal y poco estamos acostumbrados con el nano, así que por ese lado, no le dimos importancia.

Toni: Aggggg, que ascooooo, si a nosotros nos pasa eso, seguro que nos mudamos de casa. O eso, o ponemos una brigada anti bichos permanente en casa.

Tuvimos suerte, no era el animal que nos imaginábamos.